Amistad: territorio de la empatía y la ternura
Constelaciones Lectoras por Rosely E. Quijano León

Pienso que como en el amor, en la amistad nada es sencillo, aunque lo pareciera. También hay desilusiones, traiciones, envidias, deslealtades que también duelen porque amistad es confiar, querer, ser transparente y mostrar todas tus vulnerabilidades esperando que siempre estén en buen resguardo. Aunque no siempre sea así.
En el libro “Rituales para la amistad” (Ed. Almadía), dialogan tres amigas-escritoras sobre este tema, Jazmín Barrera, Daniela Rea y Elvira Liceaga, plantean una reflexión interesante: ¿Por qué no tenemos un ritual para iniciar o terminar una amistad?, y es cierto, lo tenemos al nacer y al morir, para el amor, los estudios, la vida laboral y profesional, pero no para la amistad. Y cómo hace falta.
A lo largo de la vida vamos tejiendo relaciones de amistad y algunas perduran aún con el paso del tiempo y la distancia, y otras se deshacen solas, a veces lento y otras de golpe, porque “la amistad es un espectro de afectos y descontentos, distancias y cercanías”, como dicen las autoras del libro. Y sí, es verdad que no existe un ritual para la amistad, pero sí existe un duelo: “en la pérdida de una amiga hay un lugar al que nadie puede acompañarnos.”
La amistad es un amor correspondido que conlleva responsabilidad afectiva, es territorio para la empatía mutua; a veces equivocadamente llamamos “amiga” o “amigo” a personas que nos caen bien o con quienes convivimos muy seguido, pero la amistad es otra cosa, como diría Joan Manuel Serrat decir amigo es decir ternura. Y no tenemos tiempo ni la capacidad para dársela a cualquiera.
Ahora pienso que a quienes llamo mis amigas y amigos son con quienes, a pesar de la distancia, el fluir del tiempo, las ocupaciones de la vida diaria y las circunstancias están en los momentos cruciales de la vida, buenos o malos, incondicionalmente: “Una amistad es una conversación que se retoma a cada tanto, con sus puntos y aparte”.
Lo curioso es que esa lista de “mejores amigos” muchas veces solo está escrita imaginariamente en nuestros corazones, y desconocemos en cuántas de esas listas estaremos también. ¿A quién llamas en una emergencia, a quién le pides ayuda o a quién invitas a un evento importante? ¿Con quién celebras o con quién lloras o te quejas? ¿Con quién compartes un libro, una bebida, una comida y horas de plática y chisme de todo y nada?
O ¿a quién le cuentas tu dolor, no para que lo sane, ni lo desaparezca, pero sí para que lo haga al menos más soportable? ¿A quién le escribes hola en un mensaje con la misma emoción de hace 10, 20 o más años desde que se conocen? ¿Con quién late más fuerte tu corazón cuando te escribe que vio o leyó algo y se acordó de ti? ¿Con quién sientes su dolor y su alegría como si fueran tuyos, como el de una flecha en otro cuerpo que también te hiere, o la felicidad ajena por la que sonríes?
La amistad no se oculta ni se hace a un lado a conveniencia. La amistad a veces también es combativa, es peligrosa, se diluye cuando los intereses personales son más fuertes que el cariño y la lealtad. Como dice Simone Weil “una amistad es impura si tiene el deseo de agradar”. Cuánta desilusión, como en el amor, nos llevamos a veces cuando eso sucede.
También es verdad que la amistad no siempre nos salva, me vienen a la mente las palabras “Te quiero viva” que Julio Cortázar le escribió a su querida amiga Alejandra Pizarnik. Su carta y el poder de sus palabras no pudieron evitar que terminara con su corta vida de apenas 36 años. Es cierto, la amistad no siempre nos salva, pero nos sostiene, nos acompaña, nos alumbra mientras nosotros mismos no podemos hacerlo.
Facebook nos vendió la falsa ilusión de que podemos tener miles de amigos. Pero la belleza de la amistad en “El Principito” de Antoine de Saint-Exupéry nos enseñó mucho antes que eso no es posible: “El hombre, ya no tiene tiempo de conocer nada. Compra cosas hechas en las tiendas. Pero como no hay ninguna tienda donde vendan amigos, los hombres ya no tienen amigos“.
Los amigos no se cuentan en una red social, se demuestran en los triunfos y en las adversidades. Al final del camino, cuando se nos acabe el tiempo, vamos a permanecer en la memoria, en los recuerdos y los corazones sólo de quienes fueron nuestros auténticos amigos, y qué consuelo y paz será habitar en ellos.