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La leyenda mexica de los Cinco Soles: cosmología, sacrificio y mitos poco conocidos

La cosmovisión mexica narra que el universo ha sido creado y destruido cuatro veces antes del presente «Quinto Sol». Ese relato —registrado en códices y textos coloniales— explica no solo el origen del mundo sino prácticas religiosas como el sacrificio humano y el lugar central que ocupía Tenochtitlan en la visión del cosmos. Aquí explicamos la leyenda, su simbología y datos menos difundidos sobre su significado.

En la tradición nahuatl que consolidaron los mexicas (los llamados aztecas), el tiempo se concibe como una serie de ciclos: cada ciclo estuvo regido por un «Sol» y terminó en una catástrofe que transformó a los seres humanos en animales u otros seres. Esa estructura mítica aparece en fuentes indígenas y en el gran corpus recopilado por frailes y cronistas —entre ellos el Códice Florentino— y fue iconizada en monumentos como la Piedra del Sol.

La fórmula usual nombra a cada era con el número nāhui (cuatro) y un signo calendárico; por eso las edades se conocen como Nahui-Ocelotl (Cuatro-Jaguar), Nahui-Ehécatl (Cuatro-Viento), Nahui-Quiahuitl (Cuatro-Lluvia), Nahui-Atl (Cuatro-Agua) y Nahui-Ollin (Cuatro-Movimiento, el Quinto Sol actual). En la narrativa, el primer mundo fue devorado por jaguares; el segundo fue arrasado por vientos que convirtieron a la gente en monos; el tercero cayó bajo lluvia de fuego y algunos sobrevivientes fueron aves; el cuarto se hundió en aguas y sus habitantes se convirtieron en peces; finalmente, el mundo actual (Nahui-Ollin) terminará por movimientos telúricos.

Una de las versiones más difundidas del relato sobre la creación del Quinto Sol cuenta que, tras la destrucción del cuarto mundo, los dioses se reunieron para «encender» un nuevo astro. Dos deidades se ofrecieron al sacrificio: Nanahuatzin, un dios humilde y cubierto de llagas, y Tecuciztecatl, rico y vanidoso. Nanahuatzin saltó con valor al fuego ritual y se convirtió en sol; Tecuciztecatl intentó después y, para disminuir su brillo, los dioses le arrojaron un conejo que quedó impreso en la luna —explicación mítica de la «liebre» lunar. Para poner en movimiento al nuevo sol fue necesario que los mismos dioses se sacrificaran y que el viento (Ehecatl) lo impulsara por el cielo; de allí nace, en la mitología, la relación entre movimiento, sacrificio y continuidad del mundo.

El empleo de este mito en la práctica social fue profundo: los mexicas interpretaron que el sol necesitaba «alimentarse» —la deuda cósmica se pagaba mediante ofrendas y, en períodos importantes, con sacrificios humanos—; esa lógica justificó rituales públicos y la importancia del poder militar y político para garantizar la reproducción del cosmos. Los monumentos, los calendarios ceremoniales y la célebre Piedra del Sol condensan esa visión: el disco central muestra al astro (habitualmente identificado como Tonatiuh) inscrito en el glifo Ollin (movimiento), y los recuadros alrededor aluden a las cuatro eras anteriores.

Hay rasgos de la leyenda que suelen quedar relegados en relatos populares y que conviene destacar:

  • El «cuatro» no es casual: el prefijo nāhui (cuatro) conecta cada era con signos del tonalpohualli (el contador ritual de 260 días) y con una lógica numérica del tiempo mexica; muchos de los periodos que aparecen en las fuentes se expresan en múltiplos de 52 años (un «siglo» mexica), lo que muestra cómo mito y calendario se entrecruzan.
  • Variantes y apropiaciones: la versión «oficial» que conocemos fue reelaborada; por eso aparecen diferencias entre códices y cronistas sobre qué dios gobernó cada Sol o sobre la duración exacta de los ciclos.
  • Las Tzitzimimeh y el temor cósmico: en la tradición mexica existen seres estelares llamados tzitzimimeh (las «estrellas-mujer») que, en momentos de crisis —como eclipses o el final de una era— podían caer y devorar a la humanidad; esa figura explica el temor ritual ante la posibilidad del colapso universal y la intensidad de las ceremonias para «sostener» el mundo.

Desde la arqueología y la historia del arte se ha insistido en que el mito de los Cinco Soles no es apenas una narración fantástica, sino un marco ideológico: legitimaba jerarquías, orientaba el calendario ritual y organizaba prácticas públicas (ceremonias, guerras rituales, ofrendas). La Piedra del Sol, con su iconografía concentrada, no solo resume el relato cosmogónico sino que funciona como una declaración visual del papel central de Tenochtitlan/Tlatelolco en esa cosmología.

¿Por qué importa hoy?

Porque el mito de los Cinco Soles sigue siendo una referencia cultural y simbólica en México: aparece en la iconografía nacional, en la reinterpretación artística y en la reconstrucción de identidades indígenas urbanas. Además, las investigaciones recientes (arqueológicas, etnohistóricas y lingüísticas) siguen mostrando matices y variantes que invitan a no reducir la leyenda a una única versión —cada códice, cada cronista y cada investigador aporta capas que enriquecen su comprensión.


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