Gastronomía

Guacamaya: el rugido crujiente y orgullo de Guanajuato  

Un platillo sencillo originario de León pero muy tradicional y con mucho sabor.

Guanajuato, tierra de callejones eternos, plazas con historia y noches de estudiantina, también es cuna de uno de los antojos callejeros más ruidosos de México: la guacamaya. Un nombre que engaña, porque no hay ni ave tropical ni exotismo caribeño en la receta. Lo que hay es una explosión crujiente, picante y sabrosa que se ha ganado su lugar en el corazón del bajío.

La guacamaya no tiene pretensiones. Se sirve en bolsas de plástico, en puestos ambulantes, en esquinas donde el calor del mediodía exige algo más que una bebida fría. Se prepara con lo básico: un bolillo partido, relleno de chicharrón duro (sí, ese que cruje como si se partiera un hueso), bañado con una salsa roja de chile de árbol que pica con personalidad y se adorna con limón, cueritos o pico de gallo.

Pero lo que la hace única no es solo la combinación de texturas y sabores, sino la actitud con la que se come. No hay manera elegante de enfrentarse a una guacamaya. Se muerde con fuerza, se gotea, se hace ruido. Es una declaración de hambre sin filtro. Y quizá por eso ha sobrevivido tanto tiempo: porque es auténtica, como la ciudad que la vio nacer.

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Hay versiones que aseguran que su nombre viene del escándalo que haces al morderla, como el chillido de una guacamaya. Otras teorías apuntan a que fue bautizada en tono de burla, por lo colorido del platillo. Lo cierto es que la guacamaya no necesita explicación. Se defiende sola, a golpe de sabor.

Hoy, su popularidad se extiende más allá de Guanajuato capital. Se encuentra en León, en Irapuato, y hasta en otros estados.

En un país donde los antojitos compiten por la nostalgia, la guacamaya tiene su lugar asegurado: como ese bocado que no se olvida, que cruje con historia y que pica con orgullo guanajuatense.

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