¿Trabajarías gratis? Tres preguntas, tres sí y un cambio de chip para siempre
Por Mario Elsner - Impacto en los negocios

En 1998, recién salido de la universidad, participé en uno de los procesos de selección más peculiares que recuerdo. No se parecía a ninguna entrevista que hubiera imaginado. No era en una sala de juntas, ni en una oficina de recursos humanos. Fue en uno de los salones de bodas del Hyatt, en la avenida 60 de Mérida. Ese día no había música, ni centros de mesa, ni invitados. Solo había más de dos mil profesionistas formados en fila, esperando su turno para responder tres preguntas que, según se rumoraba entre los que ya habían pasado, definían tu destino en menos de cinco minutos.
La dinámica era simple y brutal. Te sentabas frente a un entrevistador y te hacía tres preguntas. Si respondías que no a alguna, estabas fuera. No había tiempo para explicar nada. No importaba tu currículum, tus calificaciones, tu entusiasmo. Eran tres respuestas. Tres síes. O te ibas.
Me tocó pasar con alguien que conocía. Como buen yucateco, pensé que eso me iba a ayudar. Que al menos habría un gesto de complicidad, una ligera sonrisa. No fue así. Sin rodeos, sin saludo, sin pausa, me dijo: “Te voy a hacer tres preguntas. Si dices que no a una, hasta aquí llegamos”.
La primera pregunta fue la más incómoda:
— ¿Estarías dispuesto a trabajar gratis?
Tenía mi título de contador recién impreso. Cero experiencia. Cero ingresos. Y el subsidio de mis papás llegando a su fin. Lo lógico era decir que no. Pero no lo hice. En lugar de eso, le pregunté: “¿Vale la pena?” Él me miró y, sin explicaciones, respondió: “Sí”. No trató de convencerme. No me prometió nada. Solo afirmó. Y con eso me bastó. Me acordé de una frase que solía repetir mi abuelo: “Súbete al tren. Si no te gusta, te bajas”. Y ese día me subí. Dije que sí.
La segunda pregunta fue más común, pero igual de comprometida:
— ¿Hablas inglés?
En mi currículum decía “90%”, como en casi todos los de mi generación. Pero la verdad era que lo masticaba. Entendía frases, podía sostener conversaciones básicas, pero si me sentaban en una reunión para negociar con alguien de fuera, lo más probable es que no saliera bien parado. Aun así, dije que sí. No por presumido, sino porque sabía que si la oportunidad lo exigía, iba a aprender. No estaba listo, pero sí decidido.
La tercera fue la más personal:
— ¿Te mudarías de ciudad?
Ahí dudé. Porque Mérida era cómoda. Tenía mis amigos, mis rutinas, mi zona de confort. No una familia grande, pero sí una red. Además, era joven, y como muchos, sentía que todo tenía que resolverse sin moverme demasiado. Pero en ese instante, entendí que si todo a mi alrededor se sentía cómodo, probablemente yo no estaba creciendo. Y volví a decir que sí.
Pasé a la siguiente etapa del proceso. No fue inmediato, ni sencillo. Pero avancé. Y con el tiempo entendí que esa entrevista no solo me dio una oportunidad laboral. Me cambió la forma de pensar.
Decir que sí a trabajar gratis me enseñó que dar antes de recibir no es un acto de ingenuidad, sino de visión. Hoy entiendo que el liderazgo real no gira alrededor de ti, sino de lo que transformas en los demás. En los negocios, no se trata de cuánto ganas, sino de qué problema resuelves. Y si no entiendes que servir también es estrategia, tarde o temprano el ego te va a estorbar.
Decir que sí al inglés fue mucho más que un acto de fe. Fue el inicio de una mentalidad que nunca solté: la de formarme todo el tiempo. Desde aprender sobre ecommerce en mis cuarentas hasta atreverme a construir una marca personal en mis cincuentas. Hoy sigo buscando conversaciones, referentes, libros, errores y personas de quienes seguir aprendiendo. Porque el que no actualiza su forma de pensar, se queda atrapado en su última certeza.
Y decir que sí a mudarme, aunque me incomodaba, fue lo que más me empujó. Años después, esa decisión me llevó a liderar proyectos en Ciudad de México, a asumir retos regionales y a convertirme en un director con impacto real en la operación, la cultura y los resultados de negocios complejos. Nada de eso habría pasado si me hubiera quedado cómodo. O seguro. O cerca.
Ese día no firmé ningún contrato. Pero tomé tres decisiones que me han llevado más lejos de lo que imaginé. Porque no era una entrevista. Era una radiografía de cómo iba a moverme en la vida.
Y si hoy tengo algo claro es esto:
“Las oportunidades no se contestan con el currículum. Se responden con actitud.”
— Mario Elsner
“Te acompaño al siguiente Nivel de los negocios”