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Nacido en 1496 en México-Tenochtitlán, Cuauhtémoc se convirtió en el último tlatoani mexica en un momento crucial de la historia. Su nombre, de origen náhuatl, ha sido traducido como “el águila que cae”, un presagio de su destino. Los españoles, incapaces de pronunciar su nombre, lo llamaban Guatemuz o Guatimocín.
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Hijo del tlatoani Ahuízotl y primo de Moctezuma Xocoyotzin, Cuauhtémoc quedó huérfano a temprana edad, pero su linaje le permitió recibir educación en el calmécac, la escuela de élite de los mexicas. Más tarde, se casó con Tecuichpo, también conocida como Isabel Moctezuma, hija del emperador Moctezuma II, y ocupó el cargo de jefe de armas.
Ascenso al Poder en Medio de la Conquista
En 1521, en plena invasión española, Cuauhtémoc asumió el liderazgo de México-Tenochtitlán tras la muerte de su primo Moctezuma y de su predecesor Cuitláhuac, quien sucumbió a la viruela traída por los europeos. Como gobernante, encabezó una feroz resistencia contra Hernán Cortés y sus aliados indígenas, implementando estrategias militares memorables. Sin embargo, la superioridad armamentística y la traición de pueblos sometidos a los mexicas sellaron el destino de su imperio.
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Finalmente, Cuauhtémoc fue capturado y sometido a crueles torturas para revelar el paradero de los tesoros mexicas, aunque nunca cedió ante sus verdugos.
La muerte de Cuauhtémoc narrada por Eduardo Matos Moctezuma
El 3 de septiembre de 1526, Hernán Cortés envía una carta al rey de España, Carlos V, en la que refiere sus andanzas por diversas regiones del sureste de México. En ella menciona cómo fue la muerte de Cuauhtémoc y Tetlepanquetzal, señor de Tacuba.
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Cortés narra que le habían informado que los señores mexicas conspiraban en su contra. Dice así el capitán español:
«que sería bien que buscasen algún remedio para que ellos las tornasen a señorear y poseer [las tierras y señoríos], y que hablando de ello muchas veces en este camino, les había parecido que era buen remedio tener manera como me matasen a mí y a los que conmigo iban…»
Al ser interrogados algunos indígenas acerca de esto, dijeron a Cortés que, en efecto, Cuauhtémoc y Tetlepanquetzal habían urdido el plan. Por cierto que los prisioneros acompañaban a Cortés en sus viajes. Esto debido a que temía que provocaran un alzamiento en contra de los españoles. Confirmado lo anterior por Cortés, mandó ahorcar a los dos señores mexicas:
«Así que hubieron de confesar todos que era verdad que lo habían oído, pero que nunca habían consentido en ello; desta manera fueron ahorcados estos dos, y a los otros solté, porque no parecía que tenían más culpa.»
Estos hechos ocurrieron cerca del pueblo de Izancanac, en la provincia de Xicalanco y Tabasco, poco después del primer domingo de cuaresma del año 1525.
Asalta la duda de si en realidad hubo una conspiración o si fue una determinación de Cortés para deshacerse de los señores mexicas. Lo cierto es que si alguna esperanza había de levantarse en contra de los españoles, ésta se desvanecía con la muerte del tlatoani de Tenochtitlan y del señor de Tacuba.
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La Ejecución de Cuauhtémoc
Cortés, sin pruebas contundentes, decidió ajusticiarlos. En una carta enviada el 3 de septiembre de 1526 al rey Carlos V, justificó la ejecución de ambos líderes afirmando que habían confesado su implicación en la revuelta. Bernal Díaz del Castillo, en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, también relató el suceso, aunque puso en duda la existencia de pruebas suficientes para el ajusticiamiento.
Antes de ser ahorcado, Cuauhtémoc dirigió sus últimas palabras a Cortés:
“¡Oh, Malinche, días hacía que yo tenía entendido que esta muerte me habías de dar y había conocido tus falsas palabras, porque me matas sin justicia! Dios te la demande, pues yo no me la di cuando a ti me entregué en mi ciudad de México”.
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Su primo, el señor de Tacuba, aceptó su destino con resignación, expresando que morir junto a Cuauhtémoc era un honor. Incluso algunos conquistadores, como el propio Bernal Díaz, reconocieron la injusticia de la ejecución.
El Misterio de sus Restos y su Legado
El paradero de los restos de Cuauhtémoc sigue siendo un enigma. En 1949, en Ichcateopan, Guerrero, se encontraron osamentas atribuidas al tlatoani, pero estudios posteriores determinaron que los restos pertenecían a varias personas, incluido un cráneo femenino, lo que sugirió un fraude.
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Sin embargo, la ausencia de su cuerpo no disminuye su legado. Cuauhtémoc sigue siendo un símbolo de resistencia y orgullo para México, y su nombre perdura en la memoria colectiva como el último gran líder mexica que desafió a los conquistadores.